jueves, 8 de mayo de 2008

Aquella noche de remolinos...

La noche caía a pedazos, sobre la tarde que agonizaba encima de las tupidas acacias, aburridas de verme defraudando a mis dos piernas, que al igual que dos columnas del Partenón, yacían desde el mediodía apoyadas contra una silla, bajo la mesa.

Solo el pasaje de alguna brisa de otoño, que se entrelazaba entre ellas, las hacía sacudirse ocasionalmente. Habían perdido prácticamente razón de ser… de existir. No había lugar a donde ir, ya que todo estaba allí sobre esa mesa, dentro de esa cocina. El Universo físico y empírico, en su totalidad, era aquella mesa. Lo demás, era el éter.

Una mesa redonda de pino, lustrada en tinta clara, cuyas vetas se convertían en renglones de cuadernos escritos hacía ya un tiempo, durante décadas de viajes cósmicos. Siglos de escucha infatigables, de laberintos de preguntas y acertijos, que se revolvían en un caldero de sensaciones, memorias, sentimientos y conocimientos; macerando lentamente esta pócima artífice del génesis de mi identidad.

No había existido lo anecdótico, lo banal, lo superfluo, lo desechable. Hasta la mosca en el vaso y la gota de lluvia en el vidrio del reloj; todo era un conjunto de notas imprescindibles para esta sinfonía que había comenzado y que había sido escrita, quién sabe cómo, en lo más recóndito de las nebulosas de mi ser. Había estado no sé cuanto tiempo ni de cuál dimensión, recogiendo flores, que hoy semillas pujaban por germinar.

En lo que pareció un sarpullido atómico, comenzaron a brotar entre mis manos, raíces por doquier. De mi garganta y por todos los poros de mi piel. El estallido fue tal, que se asomó la Luna a verme, tímida, protegiéndose tras la penumbra del ocaso. Me sonrió... Me mostró su larga cabellera negra, adornada de polvo de oro, plata y esmeraldas. Y montando un cometa se marchó a buscar al Sol, para que diera energía vital a los brotes de mi alma.

¡Brotaban..! Una tras otra, las semillas iban gestando brazos que se estiraban en busca de la luz, que no demoraría en aparecer.

El Sol me encontró dormido. La mejilla sobre mi mano casi incrustada dentro de la tapa mesa. La puerta abierta, el mate frío y la ropa de ayer, aún puesta.

Mirando desconfiado me preguntó: _¿ Quién eres?_

_¡Soy yo! _ Exclamé, encandilado por su presencia.-

_Diferente te siento, y por mi resplandor no te veo._ -Y se elevó un poco más, para observarme mejor. Y entrecerrando un ojo, volvió a preguntar: _¿ Y quien soy yo.?

_Eres el Sol-itario generador de vida. Vinculado a la Sol-edad, por estar siempre Sol-o. Y es que, Sol-amente puedes generar vida, en tu Sol-itario espacio. Sol-emne siempre serás. Sol-úble en el frío y en la oscuridad, Sol-tando colóres por doquier. Sol-ucionas la incertidumbre de la noche, mostrando los caminos al amanecer. Por amor a la vida, Sol-icitaré por siempre, tu amistad.

_¡Eres tú! - Exclamó riendo.

Entibió mi rostro con un beso de abuelo, se alzó con inclinación de otoño y prosiguió su rutina diaria.., cantando.

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